miércoles, 29 de septiembre de 2010

BERLIN 2010, UN MARATON CASI PERFECTO

BERLIN 2010, UN MARATON CASI PERFECTO

Vivimos rodeamos de tópicos. A veces los criticamos por su simpleza, o sólo por adoptar una postura rebelde en la vida, quizá la única a la que nos atrevemos. En ocasiones los aceptamos por simple comodidad, para no complicar más lo que no conseguimos entender. En medio del bombardeo contemporáneo sobre autoayuda, inteligencia emocional, el poder de la mente y la madre que lo parió, a mi sólo se me ha revelado una verdad: nunca sabrás hasta dónde puedes llegar si no te pones a caminar, o a correr.
Hace casi tres años completé mi primer maratón. De la mano de mi querido Eduardo Linares, culpable de haberme inoculado este veneno (los amigos que me ha regalado esta pequeña locura del correr merecen un comentario aparte) lo acabé en 3 horas y 44 minutos. Aproximadamente 8000 kilómetros y 15 pares de zapatillas después, sin sangre, pero con muchísimo sudor y algunas lágrimas, la mayoría derramadas el pasado domingo, he sido capaz de recorrer 42 kilómetros y 195 metros por las calles de Berlín en 2 horas y 50 minutos exactos. Si el primer día que salí a trotar en Enero de 2007 alguien me lo hubiera dicho le hubiera sometido a una prueba de alcoholemia.
Algunas de las cosas que quiero explicar aquí serán más fáciles de entender para quien haya conocido la sensación de llevar el cuerpo y la mente hacia sus límites a través del esfuerzo constante y el afán de superación El maratón entendido como reto personal es una experiencia que puede modificar la percepción de esos límites y tu capacidad de evolución, no sólo en el plano físico, sino también en el emocional. Como esta idea ha sido desarrollada de manera brillante por escritores, empresarios y ejecutivos de éxito, no voy a caer en la pedantería de pretender explicarla yo mejor. Solo afirmo que es cierto y que me ha dado algunos de los momentos más intensos de mi vida cuando los he compartido con mis seres más queridos.
Bien esta lo que bien acaba, pero los días previos a la carrera en Berlin no auguraban un final tan feliz. El ultimo test salió bien, pero las sensaciones en las piernas no eran del todo buenas. Para colmo, el miércoles comencé a notar los síntomas de un leve constipado, nada serio para ir al cine, pero preocupante cuando tienes que correr un montón de tiempo al límite de tus fuerzas. Aspirinas a mansalva, y mi cabecita echando humo como una locomotora a vapor. Además, la previsión meteorológica daba una altísima probabilidad de lluvia el domingo en Berlin. Por si esto fuera poco, no había terminado de curar del todo una ampolla en el pie derecho, y correr tantos kilómetros con unas zapatillas mojadas podía terminar siendo un calvario. En resumen, un panorama un tanto aterrador a escasas 48 horas de la carrera. Para confirmar los negros augurios, el avión de Palma a Berlin salió con mas de una hora y media de retraso, e Irene y yo aparecimos en el hotel pasada la medianoche del viernes. Pero aun no había llegado lo peor.
A la mañana siguiente salí a rodar suave 35 minutos por el Tiergarten, cerca de la salida y llegada del maratón. El lugar es una auténtica maravilla para correr, con caminos de grava entre árboles y vegetación. Al final me puse un kilometro a ritmo de maratón ... y casi me deprimo: me imaginaba al día siguiente corriendo 42 kilómetros seguidos a esa velocidad y me parecía sencillamente imposible.
Ya de vuelta en el hotel y tras desayunar con Irene nos encontramos con mi amigo y compañero de entrenos, Jose Rodríguez, y con su encantadora mujer, Llanos, que acababan de llegar desde Palma. Nos vamos a la Feria del Corredor en el antiguo aeropuerto de Templehof para recoger los dorsales... y aquí comienza mi particular odisea. A menos de 20 horas del inicio del maratón, ¡no tengo dorsal! Ha habido un malentendido entre Adidas (principal patrocinador de la carrera que en principio nos invitaba a Jose y a mi) y Marathinez Tours (una agencia especializada de Madrid a través de la cual hemos reservado el hotel), y la organización ha anulado mi inscripción. Se me viene el mundo encima. Llamadas de urgencia, carreras, mi amigo Jose hecho polvo sintiéndose responsable (aunque no tenía ninguna culpa), Llanos intentando animarme y mi hija Irene desolada mirando a su papa cabizbajo. Las tres horas que pasaron se me hicieron como doce. Finalmente Marathinez pudo resolver la confusión y conseguirme el dorsal con mi nombre. Nos sentamos a comer pasadas las cuatro de la tarde, y estaba tan agotado por la tensión que creía que ya había corrido el maratón. Para terminar de animar el cotarro, había empezado a llover con generosidad sobre Berlin. Parecía que todo se empeñaba en ponerse en contra.
Esa noche, como siempre antes de un maratón, no dormí demasiado bien. Bajamos a desayunar a las seis y media, y a las ocho menos cuarto ya estábamos en la recepción del hotel para ir hacia la salida del maratón, a escasos quince minutos andando. Seguía lloviendo sin parar desde el día anterior, pero pudimos conseguir unas bolsas de plástico para no mojarnos mucho antes de tiempo.
La salida fue bastante caótica. Aunque la Avenida del 17 de Junio, frente a la Puerta de Brandemburgo, es bastante ancha, muchos corredores se cuelan en cajones que no les corresponden según su marca y ralentizan el ritmo de otros más rápidos. Hasta el kilómetro 5, Jose y yo adelantamos a centenares de corredores sorteando charcos y bordillos. A partir de ahí ya pudimos coger "velocidad de crucero" e ir un poco más cómodos. Sobre el kilómetro 7 hay una leve subida para cruzar un puente sobre el río Spree, y poco después doblamos a la izquierda por Friedrischstrasse, donde nos esperan por primera vez nuestras chicas en el kilómetro 8. Hay muchísima gente a ambos lados de la calle, pero las vemos perfectamente e incluso toco la mano de Irene cuando le dejo un pañuelo que me había puesto en el cuello para la salida. Me encanta ver saltar a la princesita cuando me ve llegar, y sus grititos de ánimo me van retumbando en los oídos después durante unos minutos: es el mejor glucógeno para mis piernas.
En el kilometro 10 le pregunto a Jose qué tales sensaciones tiene. Me contesta que "ahí va", pero que ya me lo dirá cuando pasemos la media. Yo me encuentro asombrosamente bien, muy cómodo de respiración y sin problemas en las piernas. Por primera vez me he atrevido a correr un maratón sin el pulsómetro, y haciendo caso al "maestro" Guillermo Moreno me estoy guiando por mis sensaciones, que de momento son buenas.
Sobre el kilometro 12 bordeamos la Strausberger Platz y enfilamos la calle Lichtenberger, que pica un poco hacia arriba en dirección a otro de los puentes sobre el rio. Miro hacia atrás y observo que Jose se queda unos metros rezagado. Le pregunto cómo va y me dice que siga yo. Me quedo un poco preocupado porque todavía falta muchísima carrera, pero veo que se mantiene a menos de diez metros de mi. Poco antes del kilometro 14 se pone de nuevo a mi lado nos seguimos turnando para marcar el ritmo. Falsa alarma.
Nos hemos puesto una alerta de tiempo en el crono para pasar cada cinco kilómetros en 20min10seg. Vamos unos segundos retrasados, pero creo que es mejor ser un poco conservadores al principio y ,si se puede, apretar más al final. En el kilómetro 18 nos espera una bonita sorpresa: Llanos e Irene han cogido el metro con el resto de familiares de la expedición de Marathinez y han venido a darnos otro empujoncito. No las esperábamos ver hasta el final de la carrera, así que ha sido una inyección extra de moral que agradecemos con unos besos al aire. Hay bastante público durante todo el recorrido, pero seguro que habría mucho más si no estuviera lloviendo. Hemos visto dos o tres bandas de música, sólo las que pueden tocar bajo un toldo o un puente, resguardadas de la lluvia. Es una pena, pero la verdad es que durante la carrera no te da mucho tiempo a pensarlo y cualquier animación o grito de apoyo es un estímulo para seguir adelante. A estas alturas de la carrera, cuando veo un grupo de españoles todavía puedo saludarlos y levantar mi muñequera roja y amarilla. A partir del kilómetro 35 sólo les podía levantar ya las pestañas.
Pasamos la media maratón en 1h25m38s, alrededor de un minuto más lento de lo que pretendía Jose. Para mi está muy bien, y salvo percance grave voy a poder bajar con cierta holgura de las tres horas, que era mi objetivo inicial cuando empecé a entrenar para este maratón. Esta parte del recorrido, hasta el kilómetro 35, es rapidísima, e incluso se tiene una sensación de leve bajada. Aquí conozco a un personaje que será clave en lo que me queda de carrera. Es un gallego que me dice que salía con intención de hacer 2h40m, pero que no tiene el día y ha tenido que parar un par de veces. Se le nota un atleta experimentado y que va bastante sobrado a nuestro ritmo, sobre 4 min/km. Se pone a nuestra par mientras seguimos adelantando cada vez más corredores. Al pasar la media Jose se ha puesto a tirar un poco más fuerte. En ese momento imagino que se ha agobiado al ver el tiempo y ha decidido arriesgar para intentar lograr su objetivo de marca. Yo me sigo encontrando fenomenal de respiración y muy cómodo de pulsaciones, aunque empiezo a notar ya las piernas un poco más duras de lo normal por efecto del frío y la lluvia.
Pasado el kilómetro 24 Jose me comenta que le está molestando el isquio de la pierna derecha, y esta vez le noto en la cara que la cosa va en serio. Me dice que va a intentar aguantar este ritmo hasta el 30. Lo miro un par de veces y veo que ya no lleva la zancada tan suelta como unos minutos antes. En el kilómetro 26 me dice que tiene que bajar el paso y que siga yo solo. Aun así, consigue mantener durante unos minutos más un buen ritmo, porque en los dos kilómetros siguientes lo sigo viendo cuando me giro.
En el kilometro 27'5 me tomo un tercer gel porque me da miedo que no vaya a aguantar muscularmente en los kilómetros finales. Desde el kilómetro 20 estoy corriendo sobre 3:57/3:58 min/km. Me entra el vértigo. Es alucinante, llevo casi dos horas corriendo y estoy acelerando. Empiezo a creer que puedo hacer un tiempo escandaloso para mi, pero mi cuerpo me envía un par de señales que me hacen descender bruscamente a la dura realidad del ultimo tercio de un maratón. La parte exterior del muslo derecho me esta empezando a molestar cada vez mas, y el soleo de la pierna izquierda que tanto he tenido que cuidar durante los dos últimos meses de entrenamientos me recuerda que sigue allí, dispuesto a que no me olvide de él hasta el final del viaje. Dos amagos de pinchazos son suficientes para volver a poner los cinco sentidos en la carrera. En ese momento hay que dejar que las endorfinas hagan su trabajo para paliar el dolor, pero no permitir que te emborrachen y se te olvide dónde estás: ¡a más de doce kilómetros de la meta! .
Cuando lo pienso ahora, en frío, no deja de sorprenderme cómo funciona el mecanismo mental de motivación durante una prueba tan dura como el maratón. En el kilómetro 31 cruzamos bajo un puente en el que había un grupo de percusión muy numeroso. Era espectacular, y el ritmo se te metía en el cuerpo poniéndote la piel de gallina. Además, esta es una zona con mucho publico. Justo al dejar atrás los tambores, con todo el subidón, pensé: ya está, Jose, lo vas a conseguir, joder, solo un poco más, con todo lo que has entrenado para llegar hasta aquí, no te queda nada, un último esfuerzo, venga campeón,... patatín, patatán, y todo ese rollo para motivarme. Pero al recordarlo ahora, ¡me quedaban casi 45 minutos corriendo a toda ostia y con dolores en las piernas! Eso es como un entrenamiento de los duros, solo que habiendo corrido antes 31 kilómetros. Este es un ejemplo práctico y real, no teórico, del manoseado "poder de la mente". No le demos más vueltas: si nos lo proponemos, con humildad y esfuerzo, somos capaces de hacer cosas que nunca nos hubiéramos imaginado.
Voy a dar una prueba irrefutable de lo tocado que empezaba a estar. Sobre el kilometro 35 había un grupo de unas treinta jovencitas monísimas, vestidas de cheerleaders, con sus minifaldas blancas, dando saltitos ellas y también algunas partes de sus gráciles cuerpos. Si no me llega a avisar el gallego ni las veo. Una cosa es comenzar a visualizar la meta unos kilómetros antes y otra muy distinta ir tan despistado. Pero así de duro es el maratón, amigos, que no ves ni los "pompones".
La verdad es que el gallego se portó fenomenal esos kilómetros, animando y dándome algún buen consejo. Me gustó mucho algo que me dijo al pasar el kilómetro 35: hasta el kilómetro 39 eres un corredor, pero en los tres últimos kilómetros tienes que sacar el atleta que llevas dentro. A partir del 37 las piernas ya me dolían mucho, pero psicológicamente estas golpeando con cada paso al diablo que te hacia dudar unos kilómetros antes. Los cuádriceps ya no aguantan como al principio y la zancada se descompone, pero buscas en tu corazón la energía que ya no te queda en las piernas. Y aquí llegáis de golpe todos vosotros, en tropel, como una manada de elefantes, y te acuerdas de cada gesto, de cada palabra de ánimo, de cada sonrisa, de cada beso, de cada abrazo, de cada comentario en el facebook, de todos los risottos y espaguetis, del cariño de todos, de las bromas y de lo contentos que os vais a poner por unos momentos cuando os imaginéis lo feliz que me sentiré yo si lo consigo. Pensar en todo esto en el kilómetro 40 es una inyección de adrenalina directa en el corazón. Y es tan fuerte que te hace llorar, aunque no sepas si es de dolor, de emoción, o de ambas cosas.
Al contrario que en el resto del recorrido, sin excesivas curvas, entre el kilometro 40 y el 41 hay seis giros de noventa grados, que se hacen muy duros a esa altura de la carrera. Seguía adelantando a muchos corredores, confirmando mi impresión de que estaba haciendo la segunda parte del maratón mas rápida que la primera, como así fue. En uno de los giros estuve a punto de tirar a un corredor que se cerró cuando iba a pasar yo por el interior. Era tal el cansancio en ese punto que las piernas no me respondieron para esquivarlo medio metro por su derecha. Menos mal que no nos caímos. El tío se enfado mucho y le pedí disculpas sinceras, porque yo en su lugar me hubiera cabreado aún más.
¡Ultimo giro a la izquierda! Unter den Linden, un kilómetro y doscientos metros en línea recta para llegar a meta por este bulevard impresionante y majestuoso, abarrotado de gente. Hemos quedado con Llanos e Irene que estarían en la acera de la derecha, pero la calle es muy ancha y hay muchísimo público gritando. No puedo mirar demasiado porque voy rápido y me da miedo volver a tropezar con alguien. He recorrido unos cien metros desde el giro y no las he visto. De repente un "papaaaaaaaaaaaaa" se hace un hueco en el estruendo. Me giro hacia atrás, a la derecha, y allí están otra vez, una más, la definitiva, el ultimo empujón, Irene saltando de nuevo. Aún me quedan fuerzas para sonreír, levantar el brazo derecho y agitarlo, ya mirando hacia la meta. Delante de mi la Puerta de Brandemburgo, imponente, llamando para que la cruce, como tantas veces lo había imaginado en estos últimos tres meses, en cada madrugón de este verano para evitar el calor, en cada uno de esos entrenamientos agónicos de series en la pista, en cada uno de los largos rodajes en los que te da tiempo a pensar en todo y en todos. Ahora sí, ya la he atravesado, trescientos metros para la meta. Merece la pena esprintar. Aún no sé que voy a rozar las 2h49min. Sigo adelantando corredores hasta la misma alfombra de la meta. Ya está. Se acabó. El gallego entra justo detrás de mi. Nos abrazamos. Camino lentamente para apartarme y dejar pasar a otros corredores. Una chica me envuelve con un plástico verde fosforito de Adidas. Me giro otra vez hacia la meta buscando a Jose pero no lo veo. Me ponen una medalla y me sacan una foto. Me dan una botella de agua y luego una bolsa con fruta, un bollo y una barrita de cereales. Han pasado tres o cuatro minutos y no veo a mi amigo. Sigo caminando. Intento tomar algo de bebida isotónica, pero mi estómago no la acepta. Me sacan otra foto en un photocall con el logo del maratón. Continuo andando bajo la lluvia y me entran ganas de llorar. Por fin llego a la carpa donde he dejado la bolsa con mi ropa. Decido esperar allí a Jose. Todavía no he abierto la bolsa cuando oigo sonar mi móvil. Es Rosario desde Brasil. Ya ha visto en la web que he llegado y mi tiempo. Maravillas de la comunicación. Está feliz por mi y yo le agradezco su paciencia y su comprensión por el tiempo que no le he podido dedicar para poder hacer esto.
Por fin llega Jose. Le doy un abrazo enorme. Ha sido un placer correr a su lado y un privilegio tenerlo como amigo. Es un ejemplo para mi verlo entrenar, con un afán de superación impresionante y un capacidad de sacrificio enorme. Y en ese momento también es la viva prueba de que en el atletismo, como en la vida, la consecución de los objetivos no siempre tiene que ver con la justicia. De los 41000 corredores que tomaron la salida, quizá algunos se lo merecían tanto como él, pero ninguno más que él.
Nos vamos al encuentro de Llanos e Irene. Por el camino llamo por teléfono a Guillermo, el maestro zen, el artífice de este milagro, mi entrenador, mi amigo, la persona que me ha hecho sentirme atleta y que me ha hecho disfrutar del camino hasta llegar aquí. Esta casi tan eufórico como yo, pero no consigo articular palabra y le tengo que pasar el teléfono a Jose.
El abrazo de Irene es apoteósico. Ya sé que esta feo que lo diga yo porque soy su padre, pero es una niña tan especial... Los que la conocen saben porqué lo digo. Te quiero, princesa.
Al final mi tiempo oficial ha sido ¡2 horas 50 minutos 00 segundos! ¡Por un segundo no he bajado de 2:50! Por la tarde, cuando me llama un amigo para felicitarme le digo que Berlín 2010 ha sido para mi el maratón casi perfecto, y él me contesta que no piense en ese segundo, sino en los 17 minutos que he rebajado mi marca. No me había entendido: hubiera dado ese segundo y muchos más para que Jose estuviera tan feliz como yo. Ese hubiera sido el maratón perfecto.

Gracias tod@as. Nos vemos el año que viene en Boston